España vivió uno de los momentos más desconcertantes de los últimos años: un apagón eléctrico masivo dejó sin suministro a millones de personas durante más de 12 horas en diversas regiones del país. Aunque las autoridades ya han descartado un ataque o sabotaje, la incertidumbre que generó el suceso sacó a la luz una realidad inquietante: la fragilidad de la comunicación en situaciones de crisis y un pánico colectivo aún marcado por la experiencia del COVID-19.
Silencio digital en la era hiperconectada
Con la caída del suministro eléctrico, también cayeron las redes móviles, los servicios de internet y gran parte de los canales tradicionales de comunicación. En plena era digital, el apagón provocó un apagamiento informativo, donde medios, marcas y organismos oficiales quedaron temporalmente inoperativos o con capacidad limitada para emitir mensajes claros y coordinados.
La desinformación comenzó a propagarse en cuanto volvieron las primeras conexiones. Rumores sobre ataques cibernéticos, colapsos en hospitales o teorías conspirativas florecieron en redes sociales, sin contrastes ni fuentes verificadas. El vacío comunicativo fue el caldo de cultivo perfecto para la especulación.
El fantasma del confinamiento
Lo más alarmante no fue solo la falta de información, sino la reacción de la ciudadanía. Las imágenes de supermercados abarrotados, compras compulsivas de agua embotellada y velas, y la búsqueda desesperada de gasolina recordaron los primeros días del confinamiento por la pandemia del COVID-19 en 2020.
La población, aún con cicatrices emocionales de aquella etapa, revivió miedos antiguos con una rapidez sorprendente. El apagón no solo desconectó la electricidad, sino que volvió a conectar con una memoria colectiva de encierro, escasez y ansiedad.
¿Qué lecciones deja este nuevo episodio?
La comunicación de crisis necesita planes B: Cuando los canales digitales caen, ¿cómo se informa a la ciudadanía? ¿Cómo se evita el caos informativo? Las marcas, instituciones y medios necesitan estrategias multiplataforma y sistemas de contingencia que no dependan exclusivamente de internet ni de plataformas centralizadas.
La memoria del miedo condiciona la percepción del riesgo: La pandemia dejó huellas profundas. Hoy, cualquier disrupción se interpreta desde una lógica de supervivencia aprendida. Entender esto es clave para diseñar mensajes más empáticos, humanos y efectivos, que consideren el contexto emocional de la audiencia.
La rapidez no siempre es sinónimo de veracidad: El deseo de estar informados puede llevar a compartir contenido no verificado. Es fundamental educar a las audiencias sobre cómo identificar fuentes fiables y fomentar la calma antes de la viralidad.
Dependencia de las inteligencias artificiales: Muchas organizaciones y medios utilizan sistemas de inteligencia artificial para automatizar tareas informativas, atención al cliente o gestión de crisis. Pero cuando la infraestructura tecnológica cae, la IA también se apaga. Este apagón evidenció que la automatización sin respaldo humano ni analógico es una debilidad. Necesitamos desarrollar sistemas híbridos y resilientes donde lo humano y lo digital se complementen.
Todo depende de la electricidad: hasta lo más básico: Más allá de los servicios digitales, el apagón dejó al descubierto una dependencia total de la electricidad en la vida cotidiana. Desde neveras, microondas y placas de inducción, hasta cafeteras, batidoras o calentadores de agua: muchas personas se encontraron sin forma de preparar una comida caliente. El apagón obligó a improvisar con velas, camping gas o alimentos en conserva, recordando que el confort moderno no está garantizado sin energía. Es un llamado a replantear nuestra autonomía en el hogar y preparar soluciones alternativas.
Reflexión final
El apagón de 2025 fue, más allá de un fallo energético, un test de estrés para nuestra capacidad colectiva de manejar la incertidumbre. En un mundo que se comunica a la velocidad de la luz, cuando esa luz se apaga, lo que queda al descubierto es nuestra necesidad de conexión humana, transparencia y preparación.
En Santiago Marketing, creemos que comunicar en crisis es más que emitir mensajes: es generar confianza, previsibilidad y empatía. Y hoy, más que nunca, eso puede marcar la diferencia entre el caos y la calma.